Decir que el 25 de diciembre es el cumpleaños de Dios es casi una audacia amorosa: desde nuestro pequeño reloj de arena, hecho de días que se escapan entre los dedos, nos atrevemos a señalar una fecha para celebrar la entrada del Eterno en la historia. Qué misterio tan estremecedor: el Creador que no tiene principio ni fin permitió que la humanidad pudiera decir “aquí nació”. El que sostiene los siglos aceptó ser sostenido en brazos. El Verbo, que desde siempre pronunciaba el universo, eligió aprender a balbucear desde un pesebre.
Celebrar la Navidad es contemplar el imposible hecho posible: el Amor se volvió visible; la Palabra se volvió carne; la Gloria se volvió un recién nacido. Ese día no sólo nació Jesús: nació la posibilidad de que el hombre encontrara a Dios caminando en su propio camino, respirando su propio aire, llorando sus propias lágrimas.
Por eso el 25 de diciembre no es solamente una fecha: es la manera en que la eternidad le guiña el ojo al tiempo. Es Dios permitiéndose tener “cumpleaños” para que nosotros podamos tener salvación. Es el Creador entrando en su creación para que ninguna noche volviera a sentirse sin sentido.
Y cuando lo pensamos así, con el corazón abierto y tembloroso, entendemos que cada Navidad es una declaración de amor: El infinito se hizo abrazable. La luz se hizo rostro. La vida se hizo Niño. Y nosotros, desde esta frágil realidad que pasa, podemos celebrarlo como quien contempla el amanecer por primera vez.
Ay ay ay... pero qué bonito es vivir por y para el Amor, hay algún tipo de límite en ésta locura o qué se supone que sucede después?
María Francesca Kolbe
Decir que el 25 de diciembre es el cumpleaños de Dios es casi una audacia amorosa: desde nuestro pequeño reloj de arena, hecho de días que se escapan entre los dedos, nos atrevemos a señalar una fecha para celebrar la entrada del Eterno en la historia. Qué misterio tan estremecedor: el Creador que no tiene principio ni fin permitió que la humanidad pudiera decir “aquí nació”. El que sostiene los siglos aceptó ser sostenido en brazos. El Verbo, que desde siempre pronunciaba el universo, eligió aprender a balbucear desde un pesebre.
Celebrar la Navidad es contemplar el imposible hecho posible: el Amor se volvió visible; la Palabra se volvió carne; la Gloria se volvió un recién nacido. Ese día no sólo nació Jesús: nació la posibilidad de que el hombre encontrara a Dios caminando en su propio camino, respirando su propio aire, llorando sus propias lágrimas.
Por eso el 25 de diciembre no es solamente una fecha: es la manera en que la eternidad le guiña el ojo al tiempo. Es Dios permitiéndose tener “cumpleaños” para que nosotros podamos tener salvación. Es el Creador entrando en su creación para que ninguna noche volviera a sentirse sin sentido.
Y cuando lo pensamos así, con el corazón abierto y tembloroso, entendemos que cada Navidad es una declaración de amor: El infinito se hizo abrazable. La luz se hizo rostro. La vida se hizo Niño. Y nosotros, desde esta frágil realidad que pasa, podemos celebrarlo como quien contempla el amanecer por primera vez.
Ay ay ay... pero qué bonito es vivir por y para el Amor, hay algún tipo de límite en ésta locura o qué se supone que sucede después?
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5 days ago | [YT] | 141