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Había una vez, en un convento apartado y olvidado, vivía una monja conocida solo como la Hermana Agnes. Su devoción era inquebrantable, su fe, férrea, pero bajo su hábito oscuro latía un tormento silencioso. Se decía que Agnes había cometido un pecado inconfesable, algo tan oscuro que la propia luz de Dios parecía rehuirla. Noches enteras se la escuchaba orar, susurros desesperados que se perdían en la fría piedra de su celda.

Una noche, cuando la luna nueva cubría el convento en una oscuridad casi absoluta, el silencio fue quebrado por un grito ahogado. A la mañana siguiente, la Hermana Agnes no apareció para los maitines. Las otras monjas la buscaron, con el temor creciendo en sus corazones con cada paso. La encontraron en la capilla, arrodillada ante el altar mayor, con las manos juntas en una súplica eterna, pero su rostro... Su rostro estaba desfigurado por el horror, y de su boca brotaba una sustancia oscura, como si la propia oscuridad del pecado la hubiera consumido desde dentro.

El convento se cerró poco después, envuelto en un aura de misterio y miedo. Los lugareños hablaban de extrañas apariciones, de sombras que se movían por las ventanas del antiguo edificio, y de un canto lúgubre que se escuchaba en las noches de tormenta.

Décadas más tarde, un joven estudiante de historia, fascinado por las leyendas locales, decidió investigar el convento abandonado. Ignoró las advertencias de los ancianos, su curiosidad más fuerte que el miedo. Una noche, mientras exploraba las ruinas, sintió un frío antinatural. Las velas que llevaba parpadearon y se apagaron, sumiéndolo en una oscuridad total. De pronto, un susurro helado lo envolvió, tan cercano que sintió el aliento gélido en su nuca. "Perdón", decía la voz, una y otra vez, "perdón".

Cuando el estudiante logró encender su linterna, vio una figura. Era una monja, vestida con un hábito tan oscuro como la noche, con las manos unidas en oración. Su rostro estaba alzado, y de su boca... la misma oscuridad que se había llevado a la Hermana Agnes. Sus ojos vacíos lo miraban con una pena infinita, una pena que había trascendido la mu3rte.

El joven huyó del convento esa noche, su cordura apenas intacta. Desde entonces, se dice que la Hermana Agnes aún vaga por los pasillos de su antiguo hogar, buscando una absolución que nunca llega. Y si alguna vez te aventuras cerca del convento, y sientes un frío repentino, o escuchas un susurro desesperado, corre. Porque la Hermana Agnes sigue buscando su perdón, y no está sola en su tormento.
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6 months ago (edited) | [YT] | 1